Noé Zayas
LA TRAMA CIEGA
Por Héctor Amarante
El miedo de Dios a Dios, el del Mesías al Mesías, perseguido durante siglos por multitudes, es parte del significante integral del libro La Trama Ciega, del poeta Noé Zayas, texto general de poesía pura, pero también de real prosa poética. Plantea el libro las grandes conceptualizaciones de la estilística, de la linguística y de la poética en tanto cada una de estas se ocupa del lenguaje.
El Mesías es el título de la primera parte de este libro de Noé Zayas y en él se propone no sólo el miedo como fundamento de las religiones sino el poema, con su poesía, como fundamento desviacional del logos para que ella sea.
En el segundo poema del libro, Escritura del Cuerpo, el poeta continúa la misma operación espiritual de reflejar un cierto miedo, siempre acompasado al dolor, a la angustia, al destierro, a la conflagración del exterminio. Los fondos del pozo, los laberintos, los mitos, la santidad sisifoniana de ver caer la piedra, pero también la cohesión con el primer poema en relación a los vínculos que han sido sustituidos por los castillos reales; en el primer poema hay que romper esos vínculos reales, pero en el segundo, esos castillos, quedan destruidos.
Lo formal en los dos textos aludidos es la misma, y la sustancia, eso que podríamos llamar a la vez lo foneticamente significante, sigue siendo la misma en cuanto al sufrir del poeta por visiones profundas casi siempre sobre la caida, sobre el polvo, sobre abismos y laberintos.
En Viaje al ocre, un poema de conceptualidad también religiosa pero además de idea sobre esa huida inevitable, irrevocable, hacia lo ocre de la muerte, donde esperan otras ciudades, otros linderos, sollozos y sacrificios, entra en juego el sacrificio, el dolor, del delirio, de la equizofrenia, del inmanente traslado. Atrás, pero tambien delante, está el desamparo, casi como que no hay esperanza de nada ni ante nada:
Sea breve la muerte del que danza en el tacto de la hiena, del que humedece de exquisita bebida su memoria
Los versos precitados, cuerpo de una poesía interlineal, o cuasi paralela, conjugan decires profundos, metatextuales, para un supracomplemento del significado, de la multivocalidad de unos poemas cuyos fondos más profundos podrían sustraerse de un estilo literario “local”, local en el sentido de una fuerza poética que ya es una tradición en la literatura de una ciudad como San Francisco de Macorís en donde ha surgido un movimiento como el Contextualismo pero también adonde se han escrito esos poemas de la especie, del sello, de Acontecen neblinas, de Banquete de Aflicción y de La Mampara, todos del gran poeta Cayo Claudio Espinal. Es indudable que hay una escuela poética, de la que de un modo u otro, ha bebido un poeta como Noé Zayas.
Exorcismo es poema de la culpa; es que el hombre es su propia bestia. Entre el sueño y la sombra queda establecida una terrible lucha; el sueño pronto se trasmuta en angustia, sueño y angustia, dos enemigos sumados contra la sombra, que, sin sexo, vierte veneno sobre ríos, pero el animal es otro, el que desgarra el cuerpo: el hombre. Poema complejo, breve e intenso, al estilo de un simbolismo superelevado:
No recordamos que el hombre, no la bestia, crea estos subterráneos de angustia
La exorcisación del hombre es necesaria. Poética de la escatología, porque alguien acecha. Noé Zayas es poeta formidable cuando insiste en decirnos que huye, que teme, que siente un dolor profundo. En este poema, igual que en El Mesías, que en Escritura del Cuerpo, que en Viaje al Ocre, queda establecida la huida, el miedo, marcos del dolor del cuerpo que debate en el sentido de lo religioso, de la destrucción de lo destructivo.
En el poema titulado Devoción del cuerpo sin Reposo, todo “es un paisaje de miedo”. La estructura profunda del texto de Noé Zayas, estructura de un lenguaje autenticamente poético, sigue siendo un dolor inmenso en su decir:
“Es inmutable la rueda por la que somos siempre demolidos”
En tanto el texto titulado Minerva trae otra perspectiva del poeta ante el objeto, ante el cuerpo. Describe, más bien, da vida a una estatua, Minerva, estatua de piedra, siglo IV a.C. El autor persiste en un tema religioso, mujer de lot, cuando dice:
De piedra o sal. Qué importa. Por mis venas de polvo corre el secreto deseo de ser otra.
Poema que más que dejar un decir, es la forma de decirlo, como otros del libro, pero siempre sin que el lenguaje desviacional deje de hacerse manifiesto, para que todo esté inmerso en la pura poesía. Quizás sea un lugar común insistir en decirlo: estos poemas provienen desde una fuente de destino estético. El poema siguiente, La Emperatriz de la Amargura, es netamente descriptivo de una obra de arte, de carácter escultórico; en él, el poeta forja sobre una paloma, sobre una mujer (de cabeza egipcia) atractores sobre los que descansa todo efecto artístico proveniente de las funciones de las palabras:
La mujer con cabellera egipcia y cuello de serpiente, que apegada a su marco rompe de rabia su rostro de cerámica y deja desnudo el círculo vacío de su cara
El poema nombrado El Jardín de las delicias Truncas es uno de los pocos de índole narrativa; el miedo, la muerte, son sus temas; el hombre, ese hombre tan especial de estos textos, sentado siempre en unos muros reales, es sólo una sombra, un sueño, un hálito de polvo; es alguien que:
Sabe que será fisura del recuerdo, grito del recuerdo. Si no le ampara el hombre. Si no despierta a cortar su atadura.
En este libro de Noé Zayas, ese hombre es tan particular, tan ligeramente expresado en su unicidad, que queda sobreestimado como que siendo sombra o sueño no es sino un hombre que ampara, uno que sueña, que muele desde su dolor y angustia, por aquél. Aquel hombre es el mismo que en el poema titulado Viaje al Ocre expresa:
Oh, cabeza que tengo, que no es mía y soporta mi yelmo.
Niño Sentado en la Piedra Esperando a su Padre es un poema trágico, doloroso, descarnado, desopilante; sus fuertes temáticos son los mismos del poema titulado El Jardín de las delicias Truncas, pero el ambiente, la contextualidad social, exala de soledad, de vapores turbios, de dolor. Con una tonalidad ligeramente erótica, erotismo competidor del luto y el llanto que se avecina por la acritud de la muerte, el texto descarga poesía en función de una poética narrativa en la que el lector asiste al espectáculo:
El hombre se prepara, deja caer la soga, de tajo, sobre su garganta, y la calle es un paraíso de máscaras, finos licores hirientes; los niños sólo esperan que el cuerpo que pendula se deshaga.
Una sutil referencia a lo violento, a la sangre, a la muerte, adornan toda atadura al miedo, siempre oculto detrás de obesos cortinajes, tras los cuales el árbol, el hombre y la ciudad se apagan. Sólo con los propios versos del poema se comprende la sabiduría de la obsesión por los temas recurrentes de este texto que es La Trama Ciega. El poema que da título al libro remite a un sonoro sentimiento religioso con tan sólo referencialidades de Absalom y de su hermana Tamar. Recuerde el lector que Tamar, la bíblica, en el libro de Samuel, es la víctima de un acto de incesto por parte de su hermano Amom. La ceniza, el atrio, la paloma, el fuego, los vapores, el tabernáculo, los elementos rituales del homenaje complejizan el sentido.
En el texto la oscuridad trasciende, ilumina esos espacios secretos del misterio de la poesía. Para el lector no hay concesiones, ni siquiera en esos versos interlineales, y sólo nos queda apreciar esa poética encerrada per se en las cosas. Con todo, hay una cierta descripción, o una tendencia descriptiva, de una obra de arte, o una visión del poeta, al estilo de aquellas visiones de William Blake
Tamar rasga su vestidura de payaso; en la hendidura de su pecho muestra la liquidez del alma, los frágiles trazos de su cuerpo, súbitamente oblicuo, sobre el lienzo. El niño o el hombre o Absalom ya muerto miran el capirote de papel lleno de ojos encima del altar dispuesto a la enarboladura del fuego.
La información del poema es sólo belleza, una ni abstracta ni real, pero siempre aureolada de cierta religiosidad.
Finalmente es extrema la simbología del poema final de la primera parte del libro. Titulado Muerte del árbol y el hombre, subtitulado Canción de cunas para dormir fetos, la complejidad de los absurdo está presente. De alguna forma, queda evidenciada la soledad, la muerte, los despropositos de los sentidos aunque no deja de haber cierto realismo:
La hilera de hombres sonámbulos construendo la ciudad. El árbol triste humanamente triste.
En este poema también aparece ese hombre que no es el que nos canta Noé Zayas:
Su corteza húmeda de sangre matiene al hombre flotando sobre la ceniza de los hombres, el árbol y el hombre sólo en la negrura, el paisaje que los hiere es otro.
De las tres partes del libro sólo nos hemos referido a la primera. A partir de ella puede decirse que este libro de Noé Zayas, La Trama Ciega, es sencillamente extraordinario en función de un estilo del decir poético; y lo es, además, en función de una cuadratura al círculo, al círculo de la poesía.
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