lunes, 16 de febrero de 2009

Pasan las yolas

Pasan las yolas
Héctor Amarante



Cuando las yolas salen de sus perímetros de tierras dulces entonces se asoman a los boquerones de la noche sobre un mar Caribe insondable; es cuando el pasar de las yolas dominicanas hacia el estrecho del Canal de la Mona, rumbo al oeste de Puerto Rico, violan el trance de bienestar general de algunos sectores de la sociedad dominicana y se convierten en la vergüenza de los afortunados de la riqueza, se tornan en la siempre indiferencia del Estado rico, y entran una y otra vez al corazón enlutado de la comunidad dolida y la que sólo siente la tragedia cuando la odisea queda enchumbada de agua salada.
Los ahogados siempre abultarán sus vientres tres días después cuando la mar los tire a orillas de arenas tristes pero resistentes.

Las yolas quisqueyanas surcando los nudos marinos bajo la mole de la noche tropical estropean a la dominicanidad de un sistema político y administrativo que el pasado año tuvo el mayor crecimiento econónico de América Latina y hacen delirar de espanto el proceso de una modernidad urbana y financiera. Ellas entristecen la democracia.

Las yolas pasan hacia viajes de abismos que siempre son nocturnos y donde la medida del tiempo de sobrepasar 100 kilómetros-nudos de negras azulidades a veces irán a conformar aspectos de una tangente diaspórica que se asentará en la isla de Puerto Rico o en el cono urbano de La Gran Manzana, o bien, irá a engordar escualos perversos duchos en comer filetes dominicanos.

Un cable de Efe, publicado en fecha 7 de enero en la página 21 de este mismo diario, refiere que 1,300 dominicanos fueron apresados el pasado año fiscal al intentar entrar ilegalmente a la isla de Puerto Rico. Todos tenían sus ropas mojadas y en las orillas de playas aguadillanas quedaron las yolas, como mudos testigos de pequeñas odiseas baratas.

Las yolas dominicanas saliendo desde Miches, Sabana de la Mar y el Seybo, en el este del territorio dominicano, son emulaciones nocturnas de las piraguas de los taínos, expertos marineros de remos de guayacán y campeche, uno de cuyos caciques, Hatüey, fue el pionero en surcar los mares hacia Cuba cuando en los días de la conquista los bárbaros ibéricos sometían a la raza a duros castigos, haciéndolos suicidarse en la horca, tirándose a los abismos, o bien, emprendiendo travesías de olas inocentes o bravías.

Esas mismas yolas dominicanas son emulaciones de los bongos, de los botes, de las chalupas que surcan grandes ríos de Venezuela, de Colombia o de Ecuador. Son naves de aluminio, o de madera, o simplemente de tristes esperanzas fallidas, pero también de logros, pues docenas de miles de connacionales han sabido contar la historia de la travesía y disponerse entonces a la búsqueda del Sueño.

Nadie sabrá nunca cuantos dominicanos han debido visitar los fondos de algas fantasmales, y quedar allí para siempre, pero mucho menos nunca nadie sabrá cuántos lograron llegar a la isla o a Nueva York en aquella dorada década de los 80’s, cuando los guardacostas de la marina norteamericana dormían sus siestas de Barcardí en las bellas playas de la Isla del Encanto; entonces no habían despertado ante la fluída corriente de yolas que le decían fácilmente adiós al peñón del Desecheo y arribaban a tierra firme isleña para abordar cada uno su odisea personal terrestre.

Cuando las yolas pasan y el dominicano logra asediar el Sueño, conjura una nueva identidad de ausente desde su recién dado salto al vacío, pasa a engrosar un nuevo calificativo diaspórico que crece en el concepto colectivo del dominicano de allá y de acá y vuelve a ser una ficha del dominó de la historia, de la vieja historia, de cuando la España de la Leyenda Negra nos vendía todas las semanas y entonces fuimos en nuestros orígenes los del ayer español, los del mañana francés, en la tarde estiope fuimos y cuando llegue la noche no sé que seremos. Hay dominicanos pasando sobre espejos de aguas, hacia el Sueño.
En fin, las yolas pasan. Como el cóndor de Los Andes, como las grullas en las patagonias.

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