domingo, 18 de mayo de 2008

Sobre la fiesta del Chivo

Sobre la fiesta del Chivo

Por Héctor Amarante

La película de Luis Llosa sobre la dictadura de Trujillo revela cuán diferente es leer sobre un hecho a vivirlo, pero mucho más cuán distinto es escribir y hacer cine sin que la historia se haya interpretado.
Todos los dominicanos que conocieron pormenores del régimen al ver la cinta saldrán de la sala, sino decepcionados, al menos conscientes de que la misma no evidencia ni la personalidad del Jefe ni mucho menos la naturaleza de un poder que en manos del dictador se traducía en un absoluto. T rujillo fue un absoluto en cuanto a tiranía se concreta y en el film eso no se siente.
Las escenas trascendentes en torno a los ejecutores del magnicidio parecen concentrar el objetivo, revelar el heroísmo de unos hombres quienes arriesgaron todo para barrer de la faz de la república el terror y la desgracia afectando a un pueblo entero. De igual modo, el aspecto de las actitudes sexuales del tirano constituyen otro de los fines perseguidos por el realizador del film.
Después de esos logros queda mucho por desear, tanto respecto del actor que representa a Trujillo como de la actriz que hace el papel de Urania o Uranita.
Detalles hay de la personificación de Trujillo que lucen ejemplarificadores de cómo no era Trujillo en cuanto su concepto del mal, del poder, de la maldad, pero a la vez del sentido del poder y del criterio de cómo mantenerlo.
El histrionismo del actor principal en el papel del sátrapa raya en lo infantil, en lo meramente pasajero, hasta el extremo de no sentirse ni el alma del personaje ni la de la cinta como tal.

“El lenguaje cinematográfico tiene una autonomía en relación con el lenguaje literario. Y esas diferenciaciones en muchos casos han hecho que una obra se convierta en otra diferente. Lo que está en juego es una apuesta creativa, y pues podremos juzgarla cuando veamos la película. No olvidemos un hecho esencial para definir las características de la dictadura de Trujillo, que era muy teatral, es el territorio de las hipérboles, de las exageraciones. Estamos ante otra modalidad de la expresión artística y tendremos que esperar a ver cómo conjugan estos elementos de una realidad que en sí misma era casi mágica, casi ficción”, así se ha expresado el director de la película, quizás conciente de su producto y la realidad de la tiranía que fue siempre más allá de toda ficción.

Nunca se dio cuenta el director de esta cinta que Trujillo, al igual que Calígula, en el pasado helénico, o que Hitler, que Mussolini, en tiempo más recientes, trascendían cualquier caracterización que de ellos se hiciere y que para interpretarlos se requería a algún tipo de actor que al representar pusiera sangre en el espíritu, hasta hacerlo revivir; Miliani apenas caricaturiza a Trujillo.
La historia de la tiranía, su carácter de proceso social, su trascendencia en función de un episodio que marcó todo un devenir de la nación dominicana tras el tiranicidio se desperdicia en segmentos extendidos hasta la exasperación, como el trozo previo de la violación y el acto pornográfico del mismo estupro de la adolescente Uranita, pero mucho más en la pobre caracterización de la actriz cuyo sentido del buen cine quizás la perturbaba al escenificar algunos de los pasajes que debió interpretar a contracorriente de lo que se le imponía. Esta escena, pudiendo magnificar disminuyó. Con todo, aunque ni en la novela de Vargas Llosa ni en la cinta de Luis Llosa se siente el alma del chivo, las creaciones revelan que Trujillo, como personaje de recreación, no ha sido agotado. Como dominicano, como conocedor de la tiranía, al ver la cinta en un cine de Lima, no pude sino quedar con las ansias de ver un film en el que Trujillo y la tiranía que encarnó le den una idea al mundo de lo que realmente fue.

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