Cuando conoci a Vincho Castillo
El bosque de árboles de gina cubriendo el parque central de la ciudad de San Francisco de Macorís, hacia la década de los años 1950 y60, era tan profuso hasta asemejarse a un paragua gigante impidiendo todo tipo de asomo de rayos solares, de modo que en un clima como el que caracteriza a la ciudad, la plaza era un verdadero paraíso para tomar fresco.
Encima del ramaje de la arboleda, las ciguas palmeras silvaban mientras buscaban sus alimentos en las masas blancas de los jugosos frutos. Eran los años finales de la década ya mencionada, y la ciudad y todo el país sentía el peso enorme de un régimen como el de Trujillo que en materia de mantener el poder no tenía ni límites ni control el férreo aparato de represión del Estado. Eso no impedía, sin embargo, que los muy comodos asientos del parque Duarte fueran testigos de los análisis y comentarios políticos que hacían algunos grupos de personas sobre la situación. Eran minúsculos grupos de resistencia al régimen del dictador, a uno de los cuales me incorpore hacia 1959, junto a amigos como el hoy doctor Luis Baez del Rosario, sempiterno e ilustre hijo de San Francisco, y de Rafael Veras Abreu, Fello, amigo de la infancia y la adolescencia.
El local del entonces tribunal de justicia, construido en firmes ladrillos, estaba frente al parque; todos los días abría sus puertas para los eventos judiciales de una ciudad que para esos tiempos contaba quizás con unos 40,000 habitantes y que hoy sobre pasa los 150,000. En su sala de audiencia conocí a Vincho Castillo. Vincho joven era un hombre con un pelo abundante, parte del mismo tirado hacia adelante, semirrubio, con ojos verdes, cuyas corneas hoy día ha variado un tanto hasta casi no parecer de aquel color; era ya un abogado siempre de gran altivez; se presentaba ante la sala con una dinámica personal que lo sigue caracterizando. Cuando se saíia en el pueblo que Vincho iba a defender un acusado, la sala se llenaba hasta sus límites. Durante una de esas audiencias pude conocerlo en medio de los duros debates de los abogados contrincantes, pero en el contexto de las armas de estos profesionales, las palabras, el discurso de Vincho Castillo, era de tal elocuencia, firmeza y precisión que siempre dejaba admirado al publico asistente.
Desde aquellos años juveniles entonces he seguido la trayectoria profesional de este hijo de la provincia Duarte, quien nunca se ha desprendido del lar nativo, adonde su padre, hombre publico y de los tribunales de la republica, dejo huellas perenes de valor, de patriotismo, de entereza y de honorabilidad, las mismas que ha seguido su hijo Vincho, y sus nietos, todos abogados.
Hoy, después de casi 60 años, soy admirador de la inteligencia, de la actitud, de la labor profesional, y del patriotismo, el decoro y la dignidad de una persona, que si bien ha sido objeto de encono por algunos quienes lo adversan, a la vez nadie ni nada le quita su carga de valores y aportes a la sociedad dominicana. Quizas con mucha razón ha dicho el excelentísimo presidente Leonel Fernández que el es Vinchista.
Hector amarante
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